¿Cuáles son las similitudes entre culpa y vergüenza? Si bien existen diferencias entre culpa y vergüenza, ambas son emociones muy frecuentes en nuestro mundo interior y comparten algunas características. Es cierto que pueden tener en una intensidad moderada, una función de protección. Pero la verdad es que para la mayoría, por su intensidad y repetición, suponen un verdadero lastre para nuestro bienestar. En este artículo te explicaré sus principales similitudes para que puedas aprender a comprenderlas y manejarlas.
Culpa y vergüenza ¿en qué consisten?
La vergüenza es un conjunto de reacciones internas desagradables que experimentamos las personas cuando percibimos que algo en nosotros “está mal”. Así, suele definirse como un sentimiento o sensación de indignidad personal. Es decir es una sensación que ataca y tiene que ver con el ser. Por ejemplo, cuando experimentamos vergüenza podríamos decirnos algo así como “hay algo malo en mí que es indigno, yo soy indigna”.
La culpa se entiende como un conjunto de reacciones desagradables que podemos experimentar, al cometer un error (por acción u omisión), o al transgredir las reglas sociales. Así, se trata de una emoción más concreta y acotada al comportamiento percibido como “erróneo”. Frecuentemente, nos solemos decir cosas como “me he equivocado, esto que he hecho o pensado está mal”.
Culpa y vergüenza dos emociones complejas y desagradables hacia nosotros mismos
La principal similitud, radica en que ambas emociones constituyen una devaluación propia. Es decir las dos son emociones auto-referenciales, que definen «lo que soy» o «lo que hago». Y esto afecta negativamente a nuestra autoestima y nuestro auto-concepto.
Además las dos son emociones complejas. Es decir son un conjunto de reacciones corporales, mentales, emocionales y conductuales. En la vergüenza, sentimos un gran turbamiento interior en el cuerpo. También rabia o desprecio hacia lo que somos, miedo a que otros lo vean, tristeza por ser así. También aparecen pensamientos desagradables hacia nosotros mismos. Y un conjunto de conductas asociadas (retraimiento, bloqueo…). En el caso de la culpa también experimentamos un torrente de reacciones emocionales, rabia por haber fallado, miedo a repetir el error, tristeza por no conseguir hacerlo bien. Igualmente muchos remordimientos en el plano cognitivo. Así como tensión en la tripa y conductas compulsivas para reparar el error.
Orígenes compartidos de la culpa y la vergüenza
Otra de las similitudes entre culpa y vergüenza es que ambas son emociones secundarias. Es decir, son emociones que emergen más tarde en el desarrollo individual que las primarias (rabia, miedo, tristeza). Pero que sobre todo, tienen un gran componente social.
A nivel evolutivo ambas emociones emergen en el proceso de socialización. Así, la vergüenza emerge hacia los 1 o 2 años de vida. Cuando los niños pueden sentir “vergüenza” de que otros les miren o se acerquen a su intimidad. En el caso de la culpa, su aparición es un poco más tardía, hacia los 3 o 4 años. En esta edad los niños empiezan a aprender en sus interacciones lo que está bien y lo que está mal. Y a elaborar sus representaciones mentales sobre los motivos y consecuencias . Si estos acercamientos o aprendizajes sociales se han hecho de una manera constructiva y no humillante la culpa y la vergüenza se integrarán normalmente.
Y es que como seres humanos tenemos una gran necesidad de valoración, aceptación y pertenencia. Así, desde pequeños, vamos aprendiendo en nuestros entornos lo que significa ser una persona deseable y aceptada, y lo que hay que hacer bien. La culpa y la vergüenza, emergen de esta necesidad de aceptación e integración en grupo.
En el caso de la culpa, los fallos percibidos tienen que ver con fallar ante algo que creemos que es importante hacer bien en nuestra sociedad. Existe una culpa sana, que nos permite percibir un error y tratar de repararlo. En el caso de la vergüenza, existe también una vergüenza sana o natural. Por ejemplo imaginemos a un niño que dice una palabrota en un momento social delicado. Sin duda la turbación de percibir el impacto en los demás, es normal. Así aprendemos a ser personas válidas e integradas.
Causas compartidas de la culpa y vergüenza destructivas
Como hemos visto ambas emociones surgen en contextos de aprendizaje social. Generalmente en la infancia, aunque también podemos aprender de adultos a integrarnos en nuevos contextos (nuevos trabajos, relaciones…). Pero este aprendizaje natural de ser integrados en sociedad, puede verse obstaculizado por varias circunstancias.
- Altas exigencias del entorno. Vergüenza y culpa son emociones que están muy presentes en adultos y niños sometidos a demasiadas expectativas y exigencias. Podemos recibir mensajes directos o indirectos. Por ejemplo: “tienes que ser muy listo, hacer las cosas siempre bien, no equivocarte, hacerlo rápido”. Todas estas sobre-demandas se caracterizan por no ser proporcionales, y por no respetar nuestros ritmos de aprendizaje y disfrute.
- Humillaciones y comparaciones. Si hemos recibido críticas más o menos directas pero repetidas, sobre lo que somos, o sobre lo que hacemos, somos más vulnerables a ambas emociones. Pueden ser definiciones “eres un vago”. También comparaciones “mira lo que ha conseguido tu amigo fulanito”. O miradas, una mirada de enfado puede tener un impacto mayor que una frase directa. También es habitual, que hayamos visto cómo otros han sido humillados. Esto es lo que se conoce como aprendizaje vicario.
- Negligencias y abandono. Todos los niños necesitan tener a alguien que les acompañe en su proceso de construcción interior. Las personas que han vivido experiencias de soledad más o menos intensas, suelen tener también las emociones de culpa y vergüenza a flor de piel. Y esto tiene que ver con que no hubo nadie que le enseñara a regularlas cuando aparecieron en su desarrollo.
- Los modelos recibidos. También, la culpa y la vergüenza, son emociones que se aprenden viendo a los demás. Así si nuestro padre o madre se culpaba o avergonzaba con frecuencia, los niños aprenden ese modelo de funcionamiento en el mundo. Y luego tenderán a repetirlo.
Consecuencias compartidas: El crítico interno
Cuando alguien nos señala un error es natural sentir culpa. Si nos definen, humillan o invalidan, naturalmente sentiremos vergüenza. Pero, no tiene que haber un estímulo exterior o presente para sentirnos mal. ¿Cómo es esto posible?
Si el aprendizaje de integración social no fue el adecuado, la culpa y la vergüenza pueden emerger con fuerza en nuestro interior. Si nos criticaron, sobre-exigieron o humillaron, estas emociones estarán muy presentes en nosotros. Así, podemos experimentar una angustia constante por hacer las cosas mal. O sentir que hay algo “malo en mí”, que nos convierte en “peores”, “menos”, “diferentes”.
Y esto es así, porque en nuestro interior construimos como manera de adaptarnos a un mundo exigente, hostil o solitario, un severo censor, nuestro crítico interno que nos culpa y nos avergüenza. Nuestro crítico interno es una parte de nosotros mismos que tiene un “ideal” de lo que debemos hacer y ser. Y unas duras estrategias para conseguirlo: la definición, la censura, la exigencia, la crítica, el castigo…
Así, puede que estemos tranquilamente en nuestra casa, cuando de pronto un simple pensamiento, un recuerdo aparezca. Un error pasado, las tareas pendientes, un recuerdo sobre nuestro físico. Entonces este crítico comienza a actuar, culpándonos o avergonzándonos. Muchos de los pensamientos negativos de este crítico interno no son ciertos o distorsionan la realidad. Sino que atribuyen un valor negativo o exagerado a algo de nosotros sin que eso represente realmente un fallo o algo inadecuado. “Mi presentación ha sido nefasta”, “voy a suspender”, “no soy lo suficientemente atractivo o audaz.”
Así que nuestro crítico interno activa la culpa y la vergüenza en nosotros constantemente. Y lejos de cumplir con su función de integración a los demás, puede separarnos cada vez más.
Conclusiones sobre las similitudes entre culpa y vergüenza
Las principales similitudes entre culpa y vergüenza, radican en el hecho de que ambas son un conjunto de reacciones complejas, que emergen en contextos sociales. Y lo hacen originariamente como una forma de integrarnos a los demás. Sin embargo, en ambas, los estilos de aprendizaje social recibidos (exigencia, control, castigos…), tienen un impacto en su presencia en nosotros. Hasta el punto que pueden limitar nuestro bienestar y nuestra autoestima, con una crítica interna desagradable y cronificada.
Autora invitada al blog.
Psicóloga y Psicoterapeuta. Directora de Alcea Psicología.