Buscar la perfección implica mucho esfuerzo. La obsesión por ser perfecto hace que nos empeñemos en que todo ha de ser de una determinada manera, y sino no sirve. Esto nos lleva a ponernos mucha exigencia hacia nosotros mismos. Nunca es suficiente. Es una obsesión permanente en búsqueda de la perfección que nos puede generar ansiedad, agotamiento y desesperación. Mucha gente viene a terapia por este motivo.
Buscar la perfección implica mucho esfuerzo. La obsesión por ser perfecto hace que nos empeñemos en que todo ha de ser de una determinada manera, y sino no sirve. Esto nos lleva a ponernos mucha exigencia hacia nosotros mismos. Nunca es suficiente. Es una obsesión permanente en búsqueda de la perfección que nos puede generar ansiedad, agotamiento y desesperación. Mucha gente viene a terapia por este motivo. ¿Cómo salir del circulo por ser perfectos? ¿Cómo empezar a disfrutar de la vida desde la imperfección?
La obsesión por ser perfecto
Paradójicamente esta obsesión por hacerlo todo bien nos lleva a cometer más errores. Cuanto más nos exigimos, más nos equivocamos y por tanto, más nos acabamos frustrando con nosotros mismos. Cuando esto ocurre, es probable que no solo nos exijamos a nosotros mismos. Aunque no lo veamos, también estamos poniendo presión a los demás. Podemos decir a los demás: – Esto no está suficientemente bien, podrías hacerlo mejor. Hasta el,- esto no es correcto, no es así. También podemos decirnos a nosotros mismos: – No puedo entregar este trabajo, esta corrección, este proyecto porque no es perfecto.
¿De dónde viene la necesidad de perfección?
La obsesión por ser perfecto tiene que ver con nuestra infancia. Inconscientemente hemos aprendido que para ser adecuados ante los ojos de nuestros padres teníamos que hacerlo todo “bien”. O al menos todo según los valores que nuestros padres nos inculcaban( o los copiamos o nos vamos al extremo opuesto). Por que lo que es la perfección para uno, es diferente para otro. No se trata de culpar a nuestros padres. Sino de poder entender y liberarnos de nuestras ataduras emocionales.
Ser perfecto es un pensamiento irracional, que se complementa con este otro: – Si no soy perfecto soy un desastre. O también, con el de: – Si no soy perfecto, no me querrán. Si vemos la vida teñida de este pensamiento irracional, no ser perfectos es un fracaso absoluto. Parece como si hacerlo todo “bien” nos proporcionara mayor seguridad en nosotros mismos. Por tanto, la necesidad de reconocimiento viene del exterior y no de nuestro interior. Usamos la excusa de la perfección como un salvavidas donde agarrarnos que nos inspire seguridad. El problema de esto es que nunca es suficientemente perfecto. Siempre podemos querer más. Y ahí está la trampa.
Me llegan muchas personas a consulta con este problema. Recuerdo una persona en concreto. Vamos a llamarla Adela (no es su nombre real), pero así nos entendemos.
Adela, venía a consulta porque tenía mucha ansiedad y estrés encima. No podía concentrarse en su trabajo. Su jefe, se quejaba de que le entregaba los proyectos mucho más tarde de lo previsto y que no cumplía con los plazos. ¿Qué ocurría? Que Adela quería hacer las cosas perfectas. Y en su afán de perfección, se le pasaban las horas volando. No tenía consciencia del tiempo que pasaba. Al final su perfeccionismo era contraproducente para su vida. Su necesidad de hacerlo todo perfecto se volvió su peor enemigo. Hacía que en su trabajo fuera más lenta y no se diera cuenta de que se terminaban los plazos.
¿Cómo salimos del bucle de la perfección?
En realidad, ser perfectos no nos salva de nada. No nos proporciona más confianza. Ni nos da la absoluta certeza de hacerlo bien. Adela, tuvo que aprender a revisar menos veces las cosas, correr el riesgo a equivocarse, y presentar los trabajos tal como los iba realizando. Tuvo que aprender, a equivocarse más y arriesgarse a que le hicieran correcciones para poder entregar sus trabajos a tiempo. Esto hizo que su ansiedad bajara drásticamente. Se volvió más pasota. Ya no lo importaba tanto lo que pensara su jefe de ella. Además, empezó a cumplir los plazos de entrega, y a tener más tiempo para ella.
Asumir que somos imperfectos es el antídoto a la perfección. Esta “receta” es mágica, cuanto más aprendemos a equivocarnos, más relajados podemos estar. Nuestra exigencia se modera. Nuestra ansiedad diminuye y nuestra vida se vuelve mejor.
Ya no necesitamos controlarlo todo, no somos perfectos. Ni hace falta. Así es como podemos decir adiós a nuestra obsesión por ser perfecto.